Era el año 2010, cuando Sayak Valencia la poeta, ensayista, exhibicionista performática y activista mexicana publicaba Capitalismo Gore y en una gran consolidación de lógica tipo efecto mariposa, nos mostraba las hebras de sucesos que ocurrían en el mainstream de nuestro cotidiano y cómo el tejido mediático, nos sumía en un nuevo estado de dominación y subyugación silente.
Hoy, 11 años después, Capitalismo Gore que era un análisis que la autora hacía sobre el narcotráfico en México, como un problema de género vinculado a la colonialidad y la espectacularización de la violencia, se ha reinventado y resurgido como necrocapitalismo, el capitalismo que se alimenta de las industrias de la muerte.
La necropolítica está más vigente que nunca en Latinoamérica y podríamos decir que esta realidad es transferible a cualquier país tercermundista y sobre todo al cuerpo de las mujeres.
La idea de un estado global con tintes cinéfilos
«Lo público se forma sobre la condición de que ciertas imágenes no aparezcan en los medios, de que ciertos nombres no se pronuncien, de que ciertas pérdidas no se consideren pérdidas y de que la vivencia sea irreal y difusa. Así, la información es un poder
al servicio del ganador… Los medios de información y entretenimiento (mass media
en general) nos han sobresaturado de información y han causado estragos en nuestra forma de percibir, aceptar y actuar en la realidad. El capitalismo y su producción de imágenes gore han vulnerado la extraña y fina frontera entre la fantasía y la realidad…» (Sobre la violencia y los medios de comunicación, Capitalismo Gore)
Así nos presentaba la autora su teoría de Capitalismo Gore y al mismo tiempo, nos mostraba qué tan instaurada estaba en nuestro imaginario la aceptación de la violencia y cómo casi sin darnos cuenta, habíamos permitido que algunos se beneficiarán de nuestra sumisión como espectadores.
Al legitimar la instauración de un imaginario social donde la violencia y el crimen son simples herramientas para ganar dinero, la autora nos da una bofetada de realidad a través de ejemplos como la serie Los Soprano y el videojuego Grand Theft Auto que sirven para mostrarnos que la aceptación y naturalización del comportamiento criminal, nos aleja de nuestra capacidad de cuestionamiento, sobre todo del comportamiento ético de los gobiernos.
Podríamos agregar, para entender mejor la concepción de Capitalismo Gore de Valencia, que el éxito de series como Breaking Bad, se deben a nuestra facilidad para empatizar con el comportamiento criminal del protagonista, quien para poder alcanzar un estado de bienestar y reconocimiento, debe recurrir a formar parte del narco.
Así, sin darnos cuenta hemos desdibujado los alcances de la ética, pero eso, ¿a quién le interesa?. No olvidemos quiénes son los guionistas, marcas y productoras que nos ofrecen el consumo de series que normalizan la ausencia de ética y responsabilidad en personas con cargos de poder.
Sin darnos cuenta, a través del consumo de historias, objetos, juegos y series, aceptamos ciertos fenómenos e incluso restamos responsabilidad a ciertas prácticas políticas que rayan en la ilegalidad, pues nos han hecho creer y aceptar que la criminalidad es una herramienta que se ciñe a los estándares establecidos por los líderes de la economía mundial y que ocurre todo el tiempo, todos los días y no podemos cuestionarlo.
Pandemia, series y complicidad estatal made in 2021
Moldear subjetividades nunca ha sido más fácil. Parece que al estar más conectados, es más simple caer en el juego de la evasión.
Mientras más sabemos, menos nos horrorizamos y así, podemos servirnos series basadas en hechos reales en donde los narcos son los héroes y los trabajadores explotados y mujeres golpeadas parte del decorado.
En contexto de pandemia, con la revolución de los smartphones y las plataformas de streaming, las series se han vuelto un bien de consumo masivo y si bien, la absorción de este tipo de contenido, no nos resta el juicio objetivo de forma instantánea, hay que ser conscientes de quiénes están detrás de lo que consumimos y no olvidar sostener una postura crítica frente a la oferta de normalización de la violencia, sobre todo contra ciertas poblaciones.
Al respecto, Valencia declaraba recientemente en la Revista Mu de Buenos Aires:
Esto hace que el shock que debería ocasionar que una persona sea asesinada por su condición de género, o de clase, o de raza, ya no cause ningún tipo de shock, porque hay un anestesiamiento social donde ver a mujeres destrozadas en las películas o en los programas forenses ya sea normal. pero la cuestión es anecdótica, porque el femicidio está construyendo una mirada patriarcal necropolítica normalizada.
Retroceso y deuda feminista por parte de los Mass Media
Hoy existe una relectura de la masculinidad a través de las películas más taquilleras o las series que buscan conectar con los nuevos espectadores y esa «relectura», no hace justicia a la historia feminista ni a las razas o comunidades vulneradas.
De hecho, podemos observar una suerte de quiebre de las gramáticas feministas donde se toma como importante el dolor de la masculinidad fragilizada, precarizada y la acción ocurre en torno a este «nuevo hombre»: padre soltero, viudo, gay, etc.
Y aunque exista esta nueva representación masculina, las mujeres seguimos siendo una anécdota en las narrativas.
Del narcocapitalismo al necropop
La normalización de la muerte de las mujeres o de ciertas poblaciones es algo que probablemente se viene trabajando desde el inicio de la masificación mediática.
Si afinamos la memoria, probablemente uno de los eventos más mediáticos a nivel global fue la transmisión en directo de la Guerra del Golfo el año ’91. También vimos en directo el éxodo de la población Siria, los campamentos de refugiados y el aprovechamiento de la narrativa norteamericana tras el 11-S consolidando la idea de que ser musulmán es prácticamente ser hombre bomba y así, cientos de ejemplos.
Para la autora :
Esto es lo que yo denomino necroscopía, que es la normalización y glamourización de la muerte de ciertas poblaciones o del placer que se encuentra en el consumo de estas imágenes, pero se borran las responsabilidades de quienes cometen los asesinatos y sobre todo se espectraliza a las víctimas y se las revictimiza.
Ya no nos duele ver a un niño en medio de escombros, tampoco al hombre que vende paraguas a la salida del metro o la abuela que intenta vender lo que teje para alimentar a sus nietos.

Es más probable que te sientas más conmovido por el asesinato de George Floyd que por los muertos en las manifestaciones de tu ciudad. Es más probable que llores por el niño que se hace viral por no tener visitas en su fiesta de cumpleaños que por el niño que grita mientras lo maltratan en tu vecindario.
Han dirigido y subjetivado nuestras emociones, para que te sientas más cercano a fenómenos ajenos y sea improbable que te horrorices con lo que pasa en tus calles.
Todo esto tiene un sentido: la necroscopía cumple un rol de anestesiamiento social que impide las alianzas para la búsqueda de justicia social y derechos humanos.
Lo que nos queda
La memoria. La crítica. El conocimiento. Recordar que los productos culturales constituyen y apoyan a una subjetividad capitalista basada en la normalización de la violencia, que presenta las muertes como un espectáculo y naturaliza la liberación de los agresores.
El capitalismo gore se sigue alimentando de sangre, pero ahora no sólo de la sangre que el narcotráfico extendió por toda Latinoamérica, si no también de la sangre de nuestros territorios.
Hoy, están extrayendo sin contemplación y para el beneficio de unos pocos recursos naturales, mientras nos quitan frente a nuestros ojos el derecho a la tierra, el agua y el aire limpio, a través de una explotación salvaje de los recursos, las personas y sus identidades.
La revolución de la solidaridad
Que la pandemia no nos quite el derecho a pensar, ser críticos y exigir responsabilidades. Esta vulnerabilidad global nos vino a demostrar quienes importan, quienes se salvan y cómo están dispuestos a utilizar mecanismos de represión para acallar nuestros reclamos.
Pero al mismo tiempo, la pandemia nos ha dejado claro que el rol de la mujer en los hogares y las comunidades es crucial para salir adelante.
Existe una red de solidaridad que se ha tomado las poblaciones más vulnerables y en dónde las protagonistas son madres anónimas que cocinan para otros, que cuidan vecinos, que alimentan a otros niñxs.
La economía formal y los gobiernos no han ido al rescate del hambre sino que lo ha hecho un acuerdo solidario entre personas, entre vecinos liderados por mujeres que resisten y dan la pelea ante este capitalismo sangriento que banaliza la muerte.
@impure