No es la primera ni será la última vez, que me enfrento a circunstancias asamblearias feministas, en donde salgo con el corazón roto.
Un nuevo atentado contra los principios de sororidad
La sororidad se entiende como solidaridad entre mujeres, especialmente ante situaciones de discriminación, actitudes y comportamientos machistas.
No me gusta esa palabra, “sorora” me suena a Zorra y en el antojadizo mundo de las sonoridades lingüísticas prefiero otras.
Y a propósito de esta manoseada palabra, creo que es necesario aniquilar la idea de sororidad incondicional y reconocer que debemos ser sororamente selectivas, es decir, no perdonar todo lo que se hace o dice por el hecho de que lo diga o haga una mujer, aunque todas seamos víctimas del patriarcado.
Volviendo al centro.
En varios grupos que se dicen feministas, he tenido que presenciar cómo se perpetúan modelos patriarcales que verticalizan las relaciones y que de algún modo, traen de vuelta a la mente el libro de Solnit, pero esta vez en forma de la peor pesadilla feminista “mis amigas, las sororas me explican cosas”.
Y así, en espacios que se suponen abiertos al debate y en constante deconstrucción escucho la invalidación de los sentires de alguna compañera que cuenta que no le gusta como funcionan las cosas.
Así se desvanece la idea de sororidad mientras se la nombra hasta el cansancio.
Estar en desacuerdo es anti-feminista
En nuestro feminismo en construcción, estar en desacuerdo se vuelve una ofensa, y saltan varias a debatir y opinar sin conocimiento profundo, sobre el valor de los sentimientos de quien alza la voz.
Se invalida y cuestionan los sentires de quien intenta plantar una semilla de autocrítica. En este punto, creo que nadie tiene derecho a opinar sobre cómo debería sentir otra persona.
Construir espacios feministas va precisamente de abortar la idea patriarcal de que lo que sientes no es válido porque todo ya está funcionando bien sin tu opinión y no puedes venir a desestabilizar el gran teatro.
Lo que perdimos en el intento
Se pierde autenticidad, norte y futuro al invalidar las opiniones. Es simplemente repetir el archiconocido formato en el que las mujeres no valemos lo mismo en opiniones porque mezclamos emociones y porque calladitas nos vemos más bonitas.
Y no sólo eso, se pierde la oportunidad de abrazarnos en la diferencia, de crecer en conocimiento y promover la defensa de las emociones.
Estamos lejos de ser homogéneas, pero repitiendo el formato invalidante que vivimos cada día en nuestros entornos y en la sociedad, estamos perpetuando el patriarcado, estamos fracturando movimientos que pueden ser semillas de cambio.
El otro día veía El Lago de los Cisnes en una presentación en el Teatro Municipal, todas las bailarinas lucían iguales, de la misma estatura, al mismo ritmo y con el mismo atuendo, sin embargo, sabemos cuánto quisieran ser la diferente, la única, la que destaca.
Podemos trabajar en conjunto, pero no queremos ser iguales, podemos defender un mismo discurso, pero para llegar a él debemos abrazar todas las voces, evitar minimizar las opiniones divergentes y ser revolucionariamente tolerantes.
Creo firmemente que estamos hechas de heridas zurcidas a pulso, de silencios incómodos y momentos en que un desgarro vocal pone en evidencia lo que habita en nuestro corazón. No es tiempo de guardar silencio, no nos callemos entre nosotras. Debemos seguir gritando, acusando, impulsando, cuestionando todo lo que nos parece mal, sólo así podremos alcanzar el sueño de la equidad.
@Impure