Durante décadas se pensó que la composición de las estrellas como la del Sol tenía que ser similar a la composición de planetas como la Tierra hasta que una mujer llamada Cecilia Payne quien en 1925 presentó su tesis doctoral en el área de astronomía del Radcliffe College (actual parte Harvard) de Estados Unidos Atmósferas estelares, una contribución al estudio de observación de las altas temperaturas en las capas inversoras de estrellas.
Cecilia había nacido en Inglaterra pero abandonó su tierra natal por que la Universidad de Cambridge se negó a respetar sus estudios y concederle la licenciatura en Física y Química por el hecho de ser mujer.
Tras leer su tesis, en la que afirmaba que las estrellas estaban compuestas principalmente de hidrógeno, uno de sus colegas le aconsejó que no la publicase por lo arriesgado de sus conclusiones.
En su investigación demostró que el hidrógeno es el principal componente de las estrellas (donde también hay helio en menor proporción), algo asumido hoy en día, pero que representó una auténtica revolución en la época.
Cecilia llegó a esta conclusión aplicando la teoría de la ionización desarrollada por el físico Meghnad Saha, con la que pudo relacionar exactamente la clasificación espectral de las estrellas con sus temperaturas absolutas.
Cuando finalmente las investigaciones de Payne se confirmaron, fueron muchos los que se adjudicaron el logro olvidando acreditar que había sido ella la primera en enunciar esa teoría.
Algo semejante sucedió cuando Payne fue contratada para dar clases en Cambridge. A pesar de su brillante curriculum, su sueldo era notablemente inferior al de sus colegas. Siguió siendo así hasta que se convirtió en la primera mujer en dirigir un departamento en Harvard.
Sin embargo, su trabajo más curioso en el campo de las estrellas llegaría en 1975. En esa fecha, la revista Scientific American publicó en su portada una fotografía de una supernova llamada Casiopea A, realizada con rayos X por investigadores del MIT de Massachussets.
Un amigo de Payne, John R. Whitman, tras vislumbrar la belleza de la imagen tuvo una ingeniosa idea.
Le propuso a Payne que la bordara en punto de cruz. La científica, que ya estaba jubilada, aceptó.
Para realizarla, primero recrearon la imagen en papel utilizando el ordenador civil más potente que existía y sacaron un primer patrón.
Luego determinaron los diferentes colores según el original y los hilos disponibles. Un año después, la supernova Casiopea A estaba terminada.
Tres años más tarde, en 1979, Payne falleció en Estados Unidos.
En la actualidad, el legado de Cecilia Payne se guarda en el Archivo de la Universidad de Cambridge. Entre los diferentes documentos que se conservan está el bordado de Casiopea A, así como las instrucciones para hacer el patrón del dibujo, la muestra y el acabado final. También se guardan los hilos que se emplearon junto con libros, escritos y cartas, las cuales podrán ser abiertas hasta dentro de varias décadas. Cuando se cumplan los 80 años de su muerte.